Miguel Vega, reflexiona sobre la consecución del Trofeo Manolete, por parte de Curro Díaz, tras su actuación en la feria de Linares. El texto está en la página web de la Peña Tercio de Varas de Linares.
8 toreros, 18 toros. Cada espada mató dos ejemplares, salvo Enrique Ponce, que estoqueó cuatro, y Curro Díaz, que sólo pudo despachar al primero de su lote. Finito de Córdoba, que mató al segundo ejemplar de Curro, cuadra la estadística porque al cuarto de la tarde lo dejó vivo. Éstas son las cifras –como obtenidas en una tirada mágica de dados- que ofreció la Feria de Linares en su edición de 2009.
Un trofeo en liza: el trofeo Manolete a la mejor faena de la Feria. Aparentemente, el que menos opciones tenía de ganarlo era Curro Díaz. ¿Sólo porque mató un único toro? Objetivamente, sí. Pero, subjetivamente, también se enfrentaba a muchos otros condicionantes. Repasemos algunos.
De los ocho toreros que pisaron el ruedo del coso linarense, Curro Díaz era –con diferencia abrumadora- el coleta que menos actuaciones había sumado en la temporada: solamente 11. Venía, por tanto, con menos rodaje que sus compañeros.
El cartel en el que se anunciaba estaba centrado en la figura por antonomasia del toreo actual: el diestro José Tomás. Máxima expectación, pues: tarde de “no hay billetes”, tendidos colmados hasta el aglutinamiento, aficionados llegados desde todos los rincones del país, predisposición del público –o de los públicos- hacia la presencia, sin duda romántica y enigmática, del torero de Galapagar…
La tarde de Tomás en Linares fue, por añadidura, magistral, inspirada y versátil; hasta el punto de cortar cuatro orejas por dos faenas muy diferentes en intensidad y estética. La plaza piropeaba sin cesar al maestro madrileño, que paseaba los trofeos vestido con ese traje rosa y oro que siempre reserva para la Feria de San Agustín, como un homenaje cíclico y personal a Manolete.
Vistas las circunstancias, que Curro Díaz consiguiera el trofeo Manolete en esta Feria se antojaba poco menos que milagroso. Y el milagro se hizo. ¿Qué toreo no haría el de Linares para que el prestigioso trofeo fuera a parar, por segunda vez consecutiva, a sus manos prodigiosas? Este hecho, tratarse del segundo consecutivo, desecha cualquier suposición de favoritismo por motivos de paisanaje: se le entregó el año anterior; no había por qué volver a concedérselo de nuevo este año.
En la Feria de San Agustín de 2008, Curro Díaz saldó su comparecencia cortando cuatro orejas. Fueron dos faenas muy bellas, aunque quizás la primera fue premiada con excesiva generosidad; en cualquier caso, ese primer trofeo Manolete fue contundente y tampoco hubo dudas a la hora de su concesión, no reflejó ningún tipo de favoritismo. Cuando el arte arrolla, tituló, en el semanario Aplausos, José Luis Benlloch la entrevista que le hizo al matador días después.
Yo vi las dos faenas de aquella tarde, y me emocionaron –como emocionaron al maestro José Fuentes, presente en el callejón aquel día y que tuvo la sensibilidad de acercarse a las tablas para felicitar cariñosamente a Curro-. Pero la faena, única, de este 29 de agosto de 2009 consiguió arrebatarme; ya no me brotaba el ole íntimo, sino que mi garganta estallaba en gritos de entusiasmada felicidad: qué torería tan especial, tan delicada, tan acompasada, tan jonda –Curro es jondo-, tan abandonada, exhaló el artista de Linares desde el brindis al público hasta el saludo final en el centro del ruedo, con el toro ya patas arriba y la mano diestra manchada de sangre brava.
Las faenas de José Tomás arroparon a la de Curro –una antes y otra después- como para engarzar en oro el deslumbrante rubí de color rojo que supuso ver torear a Curro Díaz esa tarde de grana y oro.
Comparativamente hablando, esta faena superó a cualquiera de las que se realizaron en la Feria, pero también a cualquiera de las dos que el propio Curro llevó a cabo en la edición anterior y que le valieron el trofeo Manolete. Algunos aficionados opinaban que era la mejor faena de muchas Ferias atrás, y yo estoy convencido de ello a pesar de que el toro no sirviera por el pitón izquierdo y el linarense no pudiera explayarse al natural… ¡Pero qué embrujo en los redondos –sí, fueron verdaderos redondos- y en los remates! Me llegó muy adentro un trincherazo con una flamenquería y una estética de misterioso escalofrío.
La estocada fue el digno remate a tal obra. No hubo demoras para cuadrar al colorao de El Pilar; el toro le pedía la muerte y Curro se tiró arriba para clavar el acero con fulminantes consecuencias. De nuevo volaron algunos ramilletes de romero en la vuelta triunfal, hábito que comienza a adquirir el cariz de inevitable cuando Curro Díaz torea.
Aún no hemos comentado la causa por la cual Curro sólo pudo estoquear al primero de su lote: porque a punto estuvo de perder la vida en el sexto de la tarde, aunque suene trágico. Al segundo lance de capa, quedó al descubierto: el cornúpeta le hizo un extraño, no obedecía al toque, el torero dudó tratando de adivinar –o de intuir- hacia qué lado debía ofrecerle el engaño, perdió el capote y se quedó a merced de la bestia, que lo embistió de frente arrollándolo de manera pavorosa. Cayó a la arena sin sentido y nadie supo si había sido corneado; quedó allí, inerme, mientras se llevaban a la fiera. Ya en la enfermería, comprobaron que los pitones no habían traspasado su cuerpo: había perdido el conocimiento debido al traumatismo producido por el impacto brutal en la cabeza y en el pecho. Aseguran que se tragó la lengua y que, cuando volvió a la consciencia, había perdido la memoria, que no recordaba nada.
Tarde de cara y cruz para Curro Díaz, de faena sublime y de cogida terrorífica, de muleta extasiada y de testuz impactante, de luminosa vuelta al ruedo y de luz aséptica en la enfermería, de armonía y de violencia, de olés y vítores a teléfonos móviles pegados a la oreja, de goce e inquietud, de nobles embestidas y de acometida infame, de belleza sutil y de denso patetismo, de claveles por la arena a la solitaria zapatilla olvidada del torero herido… tarde de toros en Linares.
Cesaron las escenas dramáticas cuando Curro despertó en la enfermería: no sabía qué hacía allí, lo acontecido aquella tarde se había borrado de su memoria. No recordaba el percance, ni el galope terrible del toro embistiendo directamente contra su pecho, ni el vuelo angustiante por encima de la cornamenta del animal. ¿Acaso también se disiparon en su mente los muletazos al tercero, esa expresión de sentimientos, esa creatividad mientras se iban sucediendo los pasajes, ese arte sincero y de una plasticidad fascinante? Confiemos en que no sea así y el torero conserve plena memoria de una de las más hermosas faenas de su carrera, la que le proporcionó el segundo trofeo Manolete consecutivo, un trofeo con indudables tintes históricos por todo lo que hemos venido relatando. De lo contrario, el castigo que le infligió el último astado de El Pilar habría sido demasiado severo: arrebatarle al artista la satisfacción de su propia creación.
Miguel Vega, septiembre de 2009
Comentarios
Un saludo a todos los Curristas y recordarles, que a un gitano de Jerez lo tuvieron 14 años toreando en su rinconcito y ahora dicen que ha sido un genio, pobrecitos lo que tardaron en darse cuenta.